Fox, el fin de un impostor
Álvaro delgado
México, D.F., 22 de octubre (apro).- La imagen es grotesca y categórica en su significado: una horda sin aprecio por la obra de un artista ata una soga al cuello del monigote de bronce y lo echa abajo, con furia, exhibiendo su oquedad en el brazo cercenado cuyos dedos hacen la “V” de la victoria.
Una mujer, de ostensible obesidad y piel morena, sin duda veracruzana, posa con orgullo: coloca su pierna derecha sobre la larga escultura derribada del pedestal, que apenas unas horas antes había sido develada como homenaje a quien fue, en lo formal, jefe de las instituciones de México.
Otros participantes en el acto de catarsis brincan sobre la estructura hueca, trabajada por el escultor Bernardo Ruiz: saltan sobre ella, le arrojan agua con cubetas, escupen y hacen toda suerte de escarnios.
Todos manifiestan, a su modo, la venganza.
No hay civilidad en la destrucción de la obra, producto del trabajo de un artista, porque --a pesar de que se niegue-- prevalecen en México agravios y traiciones.
Ese es el caso de Vicente Fox, homenajeado a través de una estatua por los panistas de Boca del Río, Veracruz, el único bastión que le queda al Partido Acción Nacional (PAN) en ese estado y que fue retenido, por si había alguna duda, gracias a Elba Esther Gordillo, mariscal del panismo en todo el país.
Ahí quedó Fox, figura hueca, como siempre lo fue y lo seguirá siendo.
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