Si a cada escándalo de los últimos 10 años le hubiera seguido una depuración de las prácticas políticas y electorales viviríamos ya en una democracia muy aceptable. Pero no ha sido así. Llevamos años estancados en un círculo vicioso ya muy conocido y absolutamente estéril. A cada revelación escandalosa le sigue una ola de indignación pública salteada de declaraciones de políticos redentores y analistas punzantes y luego, luego el silencio en espera de que ocurra algo. Pero ese algo nunca pasa. Las instancias jurisdiccionales que tendrían que ser las encargadas de traducir la indignación en justicia y convertir lo revelado en precedente aleccionador, llegan tarde a los temas y sus veredictos, hasta el momento, han sido todos decepcionantes.
El caso más emblemático de esta funesta serie es sin duda el escándalo del góber precioso. Todos escuchamos horrorizados cómo Mario Marín, gobernador de Puebla, le prometía a un amigo empresario que le iba a dar un escarmiento a una periodista por andar molestando. Y se lo dio. A la vista de todos usó el sistema de justicia a su antojo, mintió descaradamente y se amarró al poder. Quedó entonces al descubierto la falta de autonomía del sistema de justicia local, la sumisión de los diputados locales incapaces de enjuiciar dignamente a su gobernador y la prioridad de los partidos nacionales que privilegiaron sus alianzas antes que responder a los ciudadanos en un caso tan bochornoso. No pasó nada. Nadie pagó. Nada cambió. La Suprema Corte de Justicia, única esperanza en este caso, no tuvo la valentía de entrar en el asunto y diluyó una excelente investigación y proyecto de sentencia con un voto timorato.
Como este caso hay muchos. Conocemos las historias detalladas de abusos y crímenes de elementos del Ejército en las veredas de Sinaloa pero no se ha logrado que sean juzgados en tribunales civiles. La mayoría de los sindicatos están controlados por mafias que se enriquecen a costa de los trabajadores y del erario y nada parece poder detenerlo. Y es que hoy a diferencia de otras épocas no es información lo que nos falta, todo lo contrario, las perversiones y corruptelas del sistema se desenvuelven frente a nosotros con total impudicia e impunidad. Lo que necesitamos, lo que nos urge, son instituciones e instrumentos eficaces para poder cambiar lo que ya conocemos. Es eso lo que deberíamos exigir a los partidos en las campañas, compromisos muy precisos sobre temas muy conocidos que nos garanticen el final de esta serie interminable de escándalos estériles.
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