Vicente Fox heredó el vacío del poder. El nuevo Presidente debía llenarlo. La sociedad quiere orden y apoyará a quien se lo proporcione. Los primeros pasos de Felipe Calderón han sido para ocupar la silla presidencial y para empezar a establecer orden. La pregunta es: ¿de qué orden se trata?
La izquierda mira con creciente sospecha que el gobierno quiera imponer orden mediante la represión. Un cartón de El Fisgón, en La Jornada, resume la percepción dominante: "Aparece Francisco Franco, levantándose de su tumba, para leer el informe sobre las actividades de la primera semana del gobierno de Calderón: represión en Oaxaca; presos y desaparecidos; aprehensión de Flavio Sosa; amenazas a periodistas; recorte en educación y cultura; aumento al Ejército; amenaza de procesar a AMLO; Ramírez acuña a Segob. Ante ese informe, Franco concluye que no está mal para la primera semana".
La derecha está muy contenta precisamente por razones semejantes. Cree tener un Presidente que no estará limitado por el "síndrome del 68" y que, por lo tanto, utilizará la fuerza cuando sea necesario. Cree que no se volverán a repetir los "machetes de Atenco", ni los plantones de Reforma, ni las expresiones duras del movimiento popular de Oaxaca. Consideran que Calderón está resultando incluso mejor de lo que esperaban. La verdad es que el establecimiento del orden no está resuelto. La derecha hace cuentas alegres si supone que, sin consecuencias, podrán utilizar la fuerza en contra de la izquierda y la inconformidad social. La fuerza da resultado en el corto plazo, pero no garantiza que no habrá reacciones posteriores, ni que ese estilo sea sostenible sin dosis crecientes de represión. Quienes apuestan a la represión no saben de lo que están hablando. Si en cualquier situación su utilización conlleva los mayores riesgos, en una sociedad dividida, la represión es aún más peligrosa.
El presidente Calderón y su secretario de Gobernación necesitan precisamente lo contrario. Ganar autoridad sin recurrir a la represión. Pero no se gana autoridad con un gobierno faccioso, ni con uno que sea duro con los débiles y blando con los poderosos. Se gana cuando la autoridad se pone por encima de las partes, toma decisiones imparciales y sirve al interés general.
El gobierno ganará autoridad en la medida en la que demuestre dignidad y autonomía frente a los poderes fácticos. Cuando aprenda a decirles: ¡eso no! Lo otro, mandar detener a Flavio Sosa y hacerlo cuando se le había dicho a la APPO que habría diálogo, no es una muestra de pericia ni de fuerza.
En términos de autoridad política verdadera, todavía no se ve nada. Los intereses lograron cambios en el gabinete que los favorecen. Todos están tranquilos, pues se saben impunes. Saben que contarán con el Presidente para proteger sus mercados y sus privilegios. Se saben en ventaja: la principal es que ya midieron al Presidente. Saben que él se percibe a sí mismo como débil para emprender cualquier reforma de fondo, pues considera no tener el suficiente capital político. Felipe Calderón ha logrado su primer objetivo: sentarse. Ha estado tomando decisiones que llenen el vacío de poder que heredó. Lo uno y lo otro lo tenía que hacer. Pero si persiste en apretar sólo de un lado, rápidamente se meterá en un tobogán en el que él dejará de conducir el proceso. Tendrá que servir a intereses crudos que lo acompañarán mientras les convenga.
El orden duro no funciona. Basta echar un vistazo a las consecuencias desastrosas para Estados Unidos que está significando su intervención en Irak (el proyecto de la ultraderecha que festinaba después de la entrada de las tropas a Bagdad, como si todo estuviera resuelto), para recordar la tesis clásica: un gobierno necesita para sobrevivir de eficacia y legitimidad, pero si tuviera que prescindir de una de las dos, debería quedarse con la legitimidad.
El de Felipe Calderón es un gobierno con un problema de legitimidad. Su peor error sería concluir que no la necesita. Que con sólo decidirse a meter un orden duro, podrá gobernar. No es así.
manuel camacho solis
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