Thursday, February 11, 2010

¿Que México festejamos?

Había dos formas de conmemorar el Bicentenario de la Independencia de México y el Centenario de la Revolución. La primera era revisar nuestros 200 años de vida bajo una perspectiva histórica, reflexionar sobre quiénes fuimos y quiénes debimos ser. Implicaba organizar foros en toda la República, actividades culturales entre las clases populares, disertaciones desde los centros del pensamiento nacional, proyectos de profunda significación científica y social. Pero se decidió la segunda opción: alquilar botargas, lentejuelas, maquillaje y fuegos artificiales con el objeto de embriagarnos frente a la ilusión de que somos una gran nación por la magia de las pirámides precolombinas, los mariachis y los tacos al pastor.

La opción que fue despreciada habría permitido un diálogo entre políticos, intelectuales y representantes de la sociedad civil. Las conclusiones serían la base para construir la imagen del país que deseamos en el siglo XXI, el faro en el horizonte que nos mostrara con exactitud el camino para salir del subdesarrollo de una vez por todas.

Era necesario hacer este ejercicio de autocrítica y reencauzamiento porque las élites políticas, económicas, incluso las intelectuales, no han logrado concebir un proyecto de país en más de una década de experimentación post autoritaria. La elección presidencial de 2006 fue el clímax de ese desencuentro, traducido posteriormente en polarización social y a últimas fechas en desencanto con la democracia.

La gente ha volteado a ver el pasado inmediato y no haya evidencias del progreso que supuso implícito con la llegada del nuevo milenio y la transición presidencial. La crisis, las ejecuciones, el narcotráfico, la corrupción, incluso la influenza han forjado una imagen de México que alimenta hoy como pocas veces el complejo de inferioridad y el rencor de los que tanto habló Octavio Paz.

Perdidos en nuestro laberinto, la salida que nos presenta el gobierno federal consiste en un espectáculo de luces, un monumento y un desfile infantil. Salvo la serie “Discutamos México”, sólo parafernalias.

Más allá de que se eligió, en la pobreza, echar la casa por la ventana para una masiva fiesta de XV años —en lugar de una reflexión sobre esta gran familia disfuncional que formamos todos—, debemos ver esta decisión como otra cariz de nuestra inmadurez adolescente. Enfrentar los problemas con una fiesta de negación es también reflejo de nuestros lastres.

Al disfrazar estas deficiencias con un traje de charro, en vez de discutirlas en un ambiente de tolerancia y creatividad, desperdiciamos una oportunidad única en 200 años para saber, por fin, de qué se supone que debemos estar orgullosos.